jueves, 7 de mayo de 2009

Aprenda a aprender

Texto interesante sobre el porceso del aprendizaje, extraído y adaptado del Capítulo 11 (“Aprender a aprender”) del libro “La comunicación eficaz”, de Lair Ribeiro.

Todo lo que aprendemos en la vida pasa por cuatro fases. La ignorancia es la 1ª fase del aprendizaje: no sabemos cuánto no sabemos. Reconocer que ignoramos un asunto es ya un conocimiento, porque abre la puerta al aprendizaje. Cuando llegamos a saber lo que no sabemos, es que ya estamos aprendiendo y entramos a la 2ª fase que es tener una buena información sobre alguna cosa, es decir, cuando sabemos cuánto no sabemos. La 3ª fase es la del conocimiento, es cuando sabemos cuánto sabemos. ¿De qué modo comienza la fase del conocimiento? Con la confusión. Al pasar de la segunda fase (estar informados) a la tercera (conocimiento), hay que cruzar el territorio de la confusión. Cuando llegan a este punto, muchos estudiantes abandonan el estudio, y no aprenden porque no soportan atravesar la confusión, aunque forme parte del proceso. Las personas temen la confusión, porque no quieren abandonar la zona de comodidad. Si ante nuestros ojos apareciera algo completamente nuevo, que nunca hemos visto antes, nuestra percepción podría ser confusa, pero nuestro cerebro tiene la capacidad de procesar informaciones siempre y cuando estemos abiertos para que eso ocurra, y más tarde lo que era confuso se volverá familiar, y lo que era incomprensible se volverá obvio.

Nuestra mayor ignorancia es no saber que no sabemos. La arrogancia -el orgullo, la soberbia- es ceguera cognitiva, es volverse ciego al conocimiento. Asumir una pose de sabelotodo significa cerrar los propios canales al conocimiento. Para llegar al conocimiento, es necesario abrirse a lo nuevo y tener voluntad para aprender, para, sin miedo, penetrar en lo desconocido. Solamente de esta manera es posible superar las dificultades y atravesar la confusión.

En la plenitud del conocimiento -que no significa saberlo todo, sino saber bien lo que se sabe-, se llega a la 4ª fase del aprendizaje: la sabiduría. Nuestro cerebro ha conseguido asimilar de tal manera ese conocimiento que ya no necesitamos prestarle atención, está en nosotros, forma parte de nuestra estructura mental. En esta fase, la persona no sabe cuánto -o cómo- sabe.

Somos inconscientemente incompetentes en la primera fase. Conscientemente incompetentes en la segunda. Conscientemente competentes en la tercera, e inconscientemente competentes en la cuarta. Así es el proceso de aprendizaje.

Saber alguna cosa es muy diferente de saber enseñarla. En las universidades es muy habitual encontrarse a grandes sabios que son pésimos profesores; pero no es solo en la escuela donde aprendemos y enseñamos, este proceso ocurre todo el tiempo y en todos los ambientes. El buen comunicador es, en la práctica, un profesor, ya que consigue transmitir nuevas ideas y hacer que no solo sean entendidas sino también aceptadas por el oyente. Cuando intentamos convencer a alguien de algo, de hecho estamos transmitiendo –enseñando- una manera de pensar distinta de la que esa persona tenía anteriormente.

Existen algunas técnicas que facilitan este proceso de enseñanza y aprendizaje. (a) Crear un impacto: si usted crea una situación de impacto, de sorpresa, de impresión fuerte e inesperada, lograra atraer la atención de su oyente. Pero no necesita dejar de ser usted mismo para crear un impacto. Al contrario, cuanta más espontaneidad transmita, mejor. (b) La repetición: el origen del proceso del aprendizaje. Cualquiera de nosotros aprende con más facilidad cuando el método se basa en repeticiones bien dosificadas. (c) La utilización: solo asimilamos aquellos conocimientos que utilizamos en nuestra vida. El conocimiento no significa acumulación de información, sino competencia para actuar. (d) La capacidad de interiorización es otro aspecto del proceso de aprendizaje.

En la actualidad, con la inmensa cantidad de información que circula todo el tiempo, no tiene ningún sentido memorizar una serie de conocimientos que nunca nos serán útiles. Si empleáramos la misma cantidad de tiempo en aprender a aprender, la mente sabría cómo procesar informaciones con mucha más facilidad y así estaríamos siempre aprendiendo a cada instante. El conocimiento verdadero es el que pasa a formar parte de nosotros, y deja de ser una referencia externa. Aprender es un proceso que no tiene fin. Siempre tenemos algo que aprender. 

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